viernes, 22 de junio de 2012

El Diálogo También Necesita Silencios


El Diálogo También Necesita Silencios


No te precipites a hablar. La precipitación desbarata la conversación y no pocas veces se convierte en monólogo que lo esteriliza todo.


Saber conjugar sabiamente silencios y palabras es el arte del diálogo sincero que nos permite madurar como personas y crecer psicológicamente.


En el diálogo es tan importante el silencio como la palabra; mejor diría: es más importante el silencio que la palabra, porque nos dispone a escuchar con atención vigilante la palabra del otro y a decir la nuestra con acierto, después de haberla reflexionado. Sin silencio, sin oídos bien abiertos, la palabra del otro no es debidamente atendida y la nuestra suena a vacío.


El silencio no es simplemente callar. Es saber añadir a ese callar un plus de atención y de receptividad. El silencio respetuoso y acogedor implica saber adentrarse en el interior del otro y comprender su problema. Es una actitud terapéutica que siempre resulta muy útil tanto para el que la ejercita como para el que recibe su beneficiosa influencia.


El déficit de silencio-escucha en la sociedad actual es enorme, porque da la impresión de que cada uno va a lo suyo, sin importarle lo más mínimo la necesidad de receptividad que pueda tener el prójimo.


El auténtico diálogo es una síntesis de apertura, transparencia y disponibilidad para comprender.


El diálogo da sus frutos cuando somos capaces de abrirnos sinceramente al otro, cuando le sabemos acoger sin prejuicios, cuando nos esforzamos por comprenderle y aprender de él.


La escucha, entendida como receptividad sincera y cordial, es la base del diálogo, y el diálogo enriquece enormemente a las personas que lo practican.

jueves, 21 de junio de 2012

La esencia del diálogo.


La Esencia del Diálogo:
Escucha, Palabra y Silencios.


El milagro del diálogo lo produce la acertada combinación de estos tres elementos: escucha atenta, habla adecuada, oportunos silencios. En un diálogo equilibrado y maduro, ninguno de estos tres elementos es más importante que el otro y los tres son igualmente necesarios.


Hay una máxima oriental que dice: «Nadie pone más en evidencia su torpeza y mala crianza, que el que empieza a hablar antes de que su interlocutor haya concluido».


Saber hablar es un arte que implica, a su vez, saber escuchar. Saber articular adecuadamente la palabra y estar atento a la que el interlocutor pronuncia, es un ejercicio que exige esfuerzo, sensibilidad y sabiduría del corazón.

martes, 19 de junio de 2012

El Valor de la Palabra


El Valor de la Palabra


La palabra es lo más precioso, peligroso o banal que posee el ser humano. A través de la palabra nos intercomunicamos y nos autoenriquecemos psicológicamente, pero también podemos destruir en un momento lo que ha costado tanto edificar, e incluso a veces nos dispersarnos de manera intrascendente y nos sumergimos en la más anodina banalidad.


Aprendamos el arte de dosificar las palabras y los silencios. Digamos las palabras precisas en el momento más oportuno y cuidemos los silencios, siempre atentos para que la palabra del interlocutor pueda llegar hasta
nosotros y resulte beneficiosa.


Sin los otros, sin diálogo con ellos, no hay realización humana posible. El individualismo es siempre empobrecedor. «El ser humano es social y el individualismo es una ilusión de niño o adolescente inmaduro que acaba destruyendo al individuo y le arrebata su gozo» (Alvaro de Silva).


La dimensión social del hombre es innegable. El hombre es un ser hecho para la comunicación, más aún, es comunicación en sí mismo. Sin los otros el ser humano es una total nulidad: no puede conseguir nada y su realización personal queda bloqueada. El individualismo -lo diametralmente opuesto a la dimensión social del hombre- destruye a la persona y, sobre todo, le roba la alegría, el gozo de vivir. Sin dimensión social, el hombre es un ser errático que no encuentra su lugar ni consigue autorrealizarse ni es feliz.


Necesitamos imperativamente de los demás para ser personas. Sin los otros, nos quedamos a mitad de camino en nuestra realización personal y, sobre todo, no logramos la verdadera felicidad, que consiste esencialmente en compartir lo que somos y tenemos con los demás. Los otros son parte esencial de mi yo, y sin ellos, mi yo no encuentra autorrealización posible.